miércoles, 13 de junio de 2012

El último baile de Pep

Acababa el verano de 2008 y la España futbolística aun vibraba con los ecos de su selección campeona de Europa cuando ya comenzaba una nueva Liga. Al frente de un Barça en reconstrucción, convulso tras ceder el año anterior contra el Real Madrid con pasillo de honor al campeón en el Bernabéu incluido, aparecía un joven mito blaugrana: Pep Guardiola. Nadie imaginaba entonces que su nivel demostrado como jugador iba a quedar amplísimamente superado por su carrera como entrenador.

No le tembló el pulso en verano a la hora de deshacerse de dos grandes estrellas como Deco y Ronaldinho, que se habían desconectado del fútbol y habían arrastrado al resto del equipo con ellos. Tampoco al poner en la picota a Eto'o, quien finalmente aguantó en el equipo y fue pieza clave, pero cuyo carácter nunca convenció al míster de Santpedor. La Liga empezó con dudas para el barcelonismo, perdieron en el campo del Numancia y empataron en casa frente al Racing. Resultados engañosos en partidos donde el Barça dominó claramente pero no encontró el gol. El punto de inflexión estuvo en El Molinón, donde los culés arrollaron al Sporting con la primera de la larguísima serie de goleadas de la era Guardiola.

A partir de ahí, una temporada haciendo un fútbol que sorprendió al mundo entero, apabullante, capaz de monopolizar el balón a base de triangulaciones constantes, el estilo de toque del Barça de Cruyff, el que exportó de su Holanda natal, perfeccionado y llevado al extremo. Pero no solo eso, el mejor Barcelona de Guardiola es un 4-3-3 donde se dominaban los espacios con y sin balón, con las lineas juntas tanto para atacar como para defender. Tan importante como las rápidas combinaciones de pases eran las arrancadas de Messi o Alves, la premisa era encerrar al contrario y buscar la mejor opción, siempre con el balón en su poder. Pero si algo ha sido fundamental en la exitosa fórmula culé es la capacidad para presionar tras perder el balón. Cuando algún rival robaba, los jugadores del Barça no reculaban a posiciones defensivas, mantenían el sitio y apretaban para evitar la salida del rival. Muchos goles han venido de recuperaciones de balón presionando la salida del rival... y muchos más se han evitado.

Todo ello ha desesperado a los más brillantes rivales, sobre todo al Real Madrid, a quien costó mucho dinero y un par de dolorosas goleadas quitarse el complejo, pero también al Manchester United, a quien derrotó claramente en dos finales de Champions que fueron dos clases magistrales de fútbol bello y útil. Estos años de dominio del Barça han sido la demostración palmaria de que no existe esa dualidad entre fútbol ofensivo y con intención estética contra un fútbol ganador, sino que por el camino de la estética también se logran victorias. En el caso de Guardiola, el bagaje de títulos es incontestable. En cuatro temporadas han sido tres Ligas, dos Copas del Rey, tres Supercopas de España, dos Champions, dos Supercopas de Europa y dos Mundiales de Clubes. Acabó como empezó, ganando una final de Copa al Athletic.

Fue el último baile, esos jugadores a los que Guardiola agradeció estos años en la rueda de prensa de despedida le regalaron un arranque de partido primoroso en el que los catalanes pasaron el rodillo sobre los vascos. La final duró media hora. Fue el cierre a la última temporada de Guardiola, aquella en la que se dejó todas las fuerzas que le restaban y tras la que decidió descansar. No creo que lo dejara por no ganar la Liga o la Champions, o por verse superado por el Real Madrid, más bien pienso que es al revés, que si el equipo no rindió como otros años fue por esa saturación de un técnico que vive el juego con una intensidad supina. También en esa saturación debe tener que ver la tensión creada por el personaje de Mourinho en la relación entre Barça y Real Madrid. Y tras la era Guardiola, la incógnita de la versión 2.0 de la mano del que fue su segundo entrenador, Tito Vilanova. Por lo que dicen quienes han vivido de cerca el trabajo de ambos, Tito siempre tuvo un peso en las decisiones mayor que el de un segundo entrenador al uso, por lo que el continuismo debe ser casi absoluto. Veremos. Como también veremos el funcionamiento de Guardiola en otro equipo sin el ADN Barça, algo que me hace incluso dudar de que volverá a entrenar.

Los aficionados al fútbol hemos gozado de cuatro temporadas de un fútbol irrepetible a cargo de un gran grupo de jugadores comandados por un apasionado de su idea futbolística, estéticamente grandiosa e incontestable desde el punto de vista de los resultados. Una idea futbolística propia de la casa ejecutada con jugadores criados desde niños en esa idea a los que el entrenador a dado prevalencia sobre fichajes externos. Pep Guardiola ha hecho historia, ha reforzado el sello futbolístico de la Masía elevándolo a los altares del fútbol mundial. Un sello que no solo se consagra en el Barcelona, sino que ha calado como seña de identidad de la España campeona del mundo. Por todo ello, GRACIAS PEP.

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