jueves, 31 de mayo de 2012

Chelsea went to hell and back again

We went to hell and back again (traducible como fuimos al infierno y volvimos), dice la letra de una canción de los (casualmente) alemanes Primal Fear llamada The Immortal Ones (Los Inmortales). Valdría para definir la temporada de este Chelsea campeón de Europa por primera vez en su historia, con más sombras que luces. Tocaron fondo, bajaron a los infiernos y han acabado en los altares del fútbol europeo.

Los blues no han conseguido brillar en su Liga, empezaron con el joven y prometedor André Vilas - Boas en el banquillo tratando de rememorar a Mourinho por la via de su discípulo "maldito", pero no consiguió cogerle el aire a un vestuario plagado de estrellas veteranas. No congenió con los pesos pesados de la plantilla y la presión terminó por  merendárselo. Le faltó mano izquierda, tanto con los jugadores como a la hora de gestionar tácticamente el equipo. Tras él, Roberto Di Matteo, exjugador del equipo londinense y hombre del club. Los jugadores le percibieron como alguien más cercano a ellos y el equipo comenzó a vislumbrar alguna mejoría, o por lo menos desapareció la incómoda situación que había creado Vilas - Boas. No hizo Di Matteo de su Chelsea un equipo especialmente virtuoso del fútbol ofensivo o del manejo del balón. Más bien les dió seguridad defensiva, que siempre es el primer tratamiento para cualquier equipo en problemas que quiera resucitar. Ese blindaje se fue traduciendo en resultados, no muy brillantes pero al menos sí halagüeños, y de los resultados deviene fortaleza mental para los jugadores, eso a su vez, en círculo vicioso, da mayor seguridad al equipo. Y así este Chelsea, fuera de juego en la lucha por la Liga, se dedicó a ir pasando obstáculos en Copa y Champions haciendo gala de su mejor virtud: ser un equipo de supervivientes.

Habían tocado fondo y ya nadie esperaba nada de ellos, así que, aferrados al efecto Di Matteo y a la experiencia de gente curtida mentalmente como Terry, Lampard o, sobre todo, Drogba, vencieron la final de Copa ante el Liverpool. Y mientras, en la Champions iban jugando con fuego, pasaron por los pelos la liguilla, eliminaron al Nápoles goleando en la ida y a punto de ver la eliminatoria igualada en la vuelta, ganaron en Lisboa al Benfica pero merecieron caer ante los portugueses en Stamford Bridge. Pero aun quedaba el más difícil todavía.

Los de Abramovich eran la perita en dulce de las semifinales, se les percibía con muchas menos opciones de título que a su rival, el Barça, y que a los equipos de la otra semifinal, Bayern y Real Madrid. Con un altísimo nivel de concentración defensiva, un trabajo físico brutal, confianza absoluta en sus posibilidades, efectividad inaudita... y algo más que una pizca de suerte, el Chelsea doblegó al campeón de la anterior edición. Los de Guardiola dominaron claramente ambos partidos, pero les faltaron recursos para acertar a desmoronar completamente al equipo londinense que, colgados de su larguero, aguantaron el tipo y se metieron, contra todo pronostico, en la gran final.

Tal vez lo lógico era pensar que al Chelsea algún día se le atragantaría tanto jugar al límite, que llevaban muchas bajas, que el Bayern tenía mejor elaboración y dinamita arriba, que de ninguna manera los alemanes iban a dejar escapar la Copa jugando en su campo... todo parecía en contra de los blues. Pero... ¿acaso todos esos factores pueden ser un problema para un equipo que había vuelto del infierno? De ninguna manera.

El desarrollo del partido auguraba noche de fiesta en Munich. El Bayern poco a poco embotellaba al Chelsea, que a su vez se dejaba embotellar y mantenía la esperanza de que el incansable Drogba, decisivo en la final como ya lo fue en la semifinal, cazara algún balon largo. Y no es que el costamarfileño pudiera hacer gran cosa con esos pelotazos, pero los peleó como si de ello dependiera su vida y consiguió incordiar como nadie a la zaga rival. Era la noche de Drogba, incluso la Champions de Drogba, y nadie se la iba a estropear. No se la estropeó el gol de Müller, cuando el partido buscaba sus últimos minutos, al que contestó enseguida con un potentísimo cabezazo tras un corner. Tampoco consiguió estropeársela él mismo al cometer un penalti absurdo en la prórroga que otro superviviente (como demuestra su casco), el portero Petr Cech detuvo a Robben. Esa capacidad del Chelsea para mantenerse en pie fue poniendo un nudo en la garganta de los jugadores del Bayern que, al llegar a los penaltis, seguro que ya no veían con tan buenos ojos jugar esa final en casa. Así paso lo que tenía que pasar. Este Chelsea de fútbol rácano y mentalidad heroica superó en los penaltis a los potentes alemanes y para colmo de supervivencia, empezaron perdiendo en la tanda con el fallo de Mata. La gloria del último penalti para quien más se lo mereció, Drogba ¿fue justo? No lo se. Entiendo que hay que pedirle algo más a un campeón de Europa, desde luego no devolvieron el precio de la entrada a nadie, pero todo vale mientras no se excedan los límites del reglamento. Eso sí, el día que dos equipos se enfrenten entre sí con la misma actitud que mostró el Chelsea contra Barça o Bayern, dejarán el balón en el punto del centro del campo y ni se acercarán a tocarlo.

Por cierto, dos de los campeones de Europa con el Chelsea pueden serlo también con la selección española: Mata y Torres. Para el primero ha sido un año de maduración importantísimo que ha acabado bien, pero para el segundo la temporada ha sido larga y dura. Nadie entre los blues ha conocido lo que es caer a los infiernos como él. Su sequía goleadora le provocó un bloqueo mental en el que colaboraba la situación general del equipo, pero ha acabado la temporada muy fuerte, con la mentalidad renovada y un momento físico muy bueno. El toque de Del Bosque al dejarle fuera de la selección en la convocatoria anterior a la Eurocopa fue el aviso necesario para espolearle y hacerle renacer de sus cenizas. Sospecho que la inercia de la temporada con el Chelsea le ayudará a hacer una buena Eurocopa, a pesar de que no parezca especialmente feliz en Stamford Bridge.

lunes, 14 de mayo de 2012

Pierna fuerte, brazos flojos

El último derby en el Manzanares han sido dos partidos en uno. El primer partido duró una hora, más o menos, con un Real Madrid poco fluido, tratando de cruzar balones a Cristiano, con Kaká dimitiendo de crear fútbol en la medular, Di María algo falto de chispa y Benzema en uno de esos días de desconexión que recuerdan a su primer año en la capital. Por su parte, el Atlético de Madrid salió con confianza, dispuesto a luchar, compacto, sabiendo que su oportunidad estaba en amortizar las pocas llegadas que le permitiera su rival y, sobre todo, en correr más que él y mantener la concentración a tope para no cometer errores.

Pero hasta una versión algo light del Real Madrid tiene clase para aprovechar cualquier rendija que deje abierta el rival. No creo que en la historia del fútbol se haya juntado un grupo de jugadores tan poderoso físicamente como el conjunto que tiene Mourinho, uno a uno son más rápidos, altos, fuertes y resistentes que cualquier rival. Son como una apisonadora, si no estás atento te pasa por encima, vaya a 50 km/hora o vaya a 20. Pero durante esa primera hora de partido, el Atleti aguantó el ritmo e incluso dominó amplias rachas del mismo, alcanzando un empate que en ese momento fue merecido.

Pero tras el gol de Falcao acabó el primer partido de la noche y empezó otro bien distinto. Llegó el momento del Real Madrid que adelanta líneas, encierra al rival en su área y le agujerea las líneas con la movilidad de sus atacantes y las llegadas de sus medios. Y también llegó el momento en el que los locales, fruto del cansancio y de la sensación de misión cumplida que les sobrevino tras el empate, se acomodaron 20 metros más atrás. Se unieron el empuje necesitado de los merengues (abocados a jugarse la Liga en el Camp Nou de no haber ganado ayer) con el conformismo agotado colchonero (los brazos flojos del título) y el partido se convirtió en un asedio de los blancos. No es algo nuevo, muchos equipos han aguantado esta temporada a Real Madrid o F.C. Barcelona durante algún tiempo jugando de tu a tu, hasta que llega el cansancio y es la clase individual o la profundidad de banquillo (es decir, aquello que se logra con dinero) lo que decide un partido.

En mitad del asedio, llegó el segundo gol visitante. Un Atlético por detrás en el marcador, sin resuello ni recambios de garantías, trató de volver a acercarse a Casillas. Cuando parecía ir llegando, a Godín se le cruzó el cable y cometió un penalti absurdo. Ahí terminó de morir el partido. El cuarto de Callejón, a la contra, llegó cuando ya no había disputa.

Eso sí, más allá de todo lo contado hasta ahora, está Cristiano Ronaldo (efectivamente, la pierna fuerte del título). Ayer estaba decidido a tener su día, encaró desde el primer minuto, pidió la pelota en todo momento, se echó al equipo a la espalda ofensivamente y, sobre todo, sacó a pasear el cañón. No es que sea raro verle con esta brillantez, pero no por ello deja de ser destacable. Con 40 goles, lleva más que 12 equipos de Primera.

Ayer se encontró con un Courtois que mostró cierta bisoñez en el primer gol, regalando completamente su palo en la falta, escondiéndose tras la barrera previendo un tiro por encima de esta y dejando a merced del portugués su lado preferido para las faltas: el del portero. La potencia del disparo hizo el resto, aunque si el guardameta rojiblanco se hubiera quedado en su lado seguramente habría sacado un balón que no entró demasiado ajustado a los palos. Personalmente, no veo a Cristiano como un buen tirador de faltas, aunque suene raro decirlo después de lo de ayer. Sí es el jugador con más pegada del mundo, y eso lo aprovecha en las faltas para buscar el palo del portero con disparos fuertes y efectos inestables. Si además, como Courtois, el portero da un pasito hacia el  lado de la barrera, le deja retratado.

El titán portugués se alimenta de goles, así que tras acertar ayer con la portería se sintió con fuerzas renovadas para seguir intentando martillear las esperanzas colchoneras, y cuando su equipo más le necesitó, tras el empate local, allí estuvo. Entonces sí que llegó el auténtico golazo de la noche, especialidad de la casa, largó un chutazo desde fuera del área escorado a banda izquierda casi imparable. Por cierto, paralelismos curiosos del fútbol, desde casi el mismo punto exacto desde donde Messi marcó otro gran gol con el que el Barça venció en el Calderón. Después del plato fuerte, completó el festival con un gol de penalti (suerte en la que parece infalible) y la asistencia del último tanto.

En definitiva, el Real Madrid aferrado a su pegada y, sobre todo, a su estrella Cristiano Ronaldo, volvió a dejar por enésima vez consecutiva al Atlético sin ganar un derby, algo que para los rojiblancos empieza a ser una costumbre que, ya por habitual, casi está dejando de ser dolorosa.

La fábula del tigre que desquició a los leones

Cuentan que, en los lejanos Cárpatos, hubo un día en que un tigre consiguió quitarle la presa a una manada de leones hambrientos...

Este podría ser el principio de un cuento, el de la final de la Europa League que el Atlético de Madrid ganó por 3 a 0 sobre el Athletic de Bilbao. Los colchoneros lograron su segundo título en las tres ediciones disputadas de esta competición, un logro inimaginable para ellos hace tres o cuatro años.

Simeone ganó el duelo táctico a Bielsa, planteó la final aceptando que el peso del juego y del balón caería en el Athletic y que habría que luchar por cada centímetro del terreno de juego, presionar y, sobre todo, mantenerse muy unidos. El Athletic fue fiel a su estilo, el que le ha hecho llegar tan lejos como a dos finales este año, pero que, de algún modo, les hizo caer en Bucarest. La fidelidad de Bielsa le hizo vulnerable a ojos de un Simeone que le conoce como antiguo jugador suyo que fue en la selección argentina. El Cholo habló uno por uno con cada jugador el día antes de la final para explicarle en privado, íntimamente, que necesitaba de ellos. Se vió un Atlético entregado y solidario, con las líneas muy juntas, que ahogó completamente el juego entre líneas de los vizcaínos (fundamental en esta labor un hombre mirado con recelo por su afición, Mario Suárez), no solo impidió que combinaran en la media punta sino que anuló las peligrosas dejadas de Llorente a la segunda línea. Una vez recuperado el balón, a salir lo más rápido posible y a jugársela en el uno contra uno, aprovechando la calidad de los cuatro de arriba del Atleti y esa especie de marcaje al hombre con el que defiende el equipo vasco. A pesar de que en el segundo tiempo el Athletic trató con los cambios realizados de abrir más caminos hacia el área y del desgaste de los del Cholo, la ansiedad se fue apoderando de los leones y el gol  que les metiera de nuevo en el partido no llegó. Más bien al contrario, lo que llegó fue el tercero de los madrileños que cerró la final.

Pero si importante fue el tema táctico, la clave de la final fue el acierto de los jugadores, sobre todo el de un hombre, Radamel Falcao. El colombiano fue el jugador clave del anterior campeón de la competición, el Oporto, con el que, al igual que esta temporada, levantó el título de campeón y fue máximo goleador de la competición. Destacó entre los jugadores que vistieron de rojiblanco en la final la entrega y la confianza con la que salieron al campo, mientras que el Athletic hizo honor al color de la camiseta que lució: estaban verdes, se mostraron inmaduros y dubitativos. A los seis minutos, y fruto de ese descaro con el que salió el Atlético, Falcao recibió un balón dentro del área escorado a la derecha, realizó un gambeteo con ese estilo atropellado y algo patoso inconfundible en él y aprovechó un pequeño resbalón de Amorebieta para clavar el balón con pie izquierdo en la escuadra contraria de Iraizoz. Golazo. Latigazo inmisericorde para finalizar una jugada que parecía intrascendente. Para Falcao en el área no hay balón intrascendente, todo lo que le llega es susceptible de convertirse en gol. Es su hábitat natural, tal vez no haya ningún jugador en el fútbol mundial actual que se sienta tan cómodo en el área como él, ese es el terreno del tigre. Eso sí, fuera de la zona de gol está como un pingüino en un garaje, Simeone entendió esa particularidad mucho mejor que Manzano y en esta segunda mitad de la temporada Radamel parece otro, sus cualidades están mucho mejor aprovechadas. El puñetazo obligó a despertar al Athletic, que se hizó con los mandos pero no incomodó al Atlético. Así llegó el minuto 34, Miranda presionó la salida de balón bilbaína, robó, entregó a otro de los destacados de la final, Arda Turan, que sirvió desde banda izquierda para que Falcao, en la frontal del área pequeña, pisara el balón, mandará con su engaño a la defensa rival casi a otra dimensión y de nuevo con la izquierda pusiera otro clavo en la tumba de los de Bielsa. El tigre volvía a desquiciar a los leones. Cerró la cuenta Diego, a cinco minutos para el final, justo cuando el Athletic acosaba con más fuerza el área de un Courtois más atrevido en las salidas aéreas que de costumbre, con una jugada individual que demostró la tremenda clase que atesora el brasileño.

Fiesta merecida para los colchoneros, que batieron en esta Europa League record de goles en una temporada y de victorias consecutivas en la historia de las competiciones europeas, dos bonitos registros que agrandan el logro del título, tercero en tres temporadas. Pero como el Atlético es un club donde la alegría nunca parece plena, aun no había acabado el partido cuando ya se dispararon los rumores de que los dos goleadores y grandes estrellas del plantel, Falcao y Diego, tienen muchas papeletas para no continuar la próxima temporada, Diego al ser cedido y Falcao, cuya venta ayudaría a cuadrar las cuentas de la complicada economía de los del Manzanares. Consideraciones futuras aparte, gloria al gran campeón que ha sido el Atlético de Madrid y al dignísimo y brillante finalista que fue el Athletic de Bilbao, que aun tendrá una oportunidad de sacar la mítica gabarra tras la final de Copa del Rey.